El cansancio y el hartazgo de las profesionales no es por falta de vocación o por situaciones individuales, es un agotamiento estructural de un modelo sanitario basado en la mercantilización de derechos y la competencia entre capitales
Davidpar, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

por Jorge Luis Díaz

El 24, 25 y 26 de enero las trabajadoras del sistema sanitario catalán han ido a la huelga. No es una situación nueva, ya que el antecedente más reciente de huelga sanitaria es de marzo de 2021. Desde entonces la situación no ha mejorado, a pesar de promesas políticas y acuerdos parlamentarios. Tampoco es una situación aislada a nivel territorial, ya que a lo largo y ancho del Estado Español se repiten convocatorias como la catalana. 

El otoño e invierno de 2022 han sido especialmente duros, con una confluencia de numerosos casos de gripe, covid y bronquiolitis. Este escenario llega después de años de recortes y privatizaciones, a los que se suma un agotamiento crónico de las trabajadoras, que sostuvieron el sistema durante los tiempos más duros de la pandemia con sobreexplotación y precariedad vital.

Éstas carencias no han sido corregidas, por lo que las reivindicaciones del sector en 2021 se parecen enormemente a las actuales. Las pequeñas mejoras retributivas en los nuevos convenios colectivos no evitan la situación de colapso del sistema. Comenzando por una Atención Primaria menospreciada y saturada, que repercute gravemente en las urgencias hospitalarias, en las que muchas veces se viven situaciones dramáticas, y termina alargando hasta el absurdo las listas de espera tanto quirúrgicas como de especialista. El cansancio y el hartazgo de las profesionales no es por falta de vocación o por situaciones individuales, es un agotamiento estructural de un modelo sanitario basado en la mercantilización de derechos y la competencia entre capitales.

LA PERVERSIÓN DEL MODELO PÚBLICO-PRIVADO

El modelo sanitario catalán es un ejemplo casi perfecto de gestión neoliberal de un servicio público. A diferencia de lo que ocurre en otros territorios, en Catalunya la provisión de los servicios de salud es llevada a cabo por una compleja red de empresas privadas, fundaciones, consorcios, ayuntamientos, diputaciones y mutuas. Todas ellas tienen convenios con el CatSalut, el organismo público del Departamento de Salud encargado de contratar proveedores. La historia de cómo se ha fraguado este sistema daría para otro artículo, incluso para algún libro, pero lo importante es que provoca que el derecho a la salud quede totalmente sepultado frente a los intereses empresariales y partidistas. Tan sólo uno de cada cuatro hospitales catalanes pertenecen al Instituto Catalán de la Salud, la empresa pública del Departamento de Salud y principal proveedor público, y el presupuesto en Salud (uno de los más importantes de la Generalitat) va en un 75% a convenios con el sector privado.

Una de las consecuencias fundamentales de este modelo es la falta de transparencia en la asignación de recursos, lo que lleva a situaciones de corrupción legal, como sobrecostes enormes en las obras o sueldos estratosféricos de directivos. Esta corrupción no escapa a la casta política, que se beneficia directamente a través de puertas giratorias y posiciones de poder en las juntas directivas de empresas privadas del sector salud.

En los últimos años la tendencia a la privatización y a la externalización de servicios y plantillas no se ha frenado, a pesar de que sus consecuencias son cada día más evidentes.

LAS VÍCTIMAS DEL MODELO

Esta situación tiene mucho que ver con el desmantelamiento de la Atención Primaria, pues el modelo primarista no supone un negocio tan importante como el hospitalario, al carecer de grandes tecnologías o costosos medicamentos. La prevención de la enfermedad que se realiza desde Atención Primaria o desde los servicios de Salud Pública, a pesar de ser un bien social incuestionable, no interesa a ninguna mutua ni empresa privada.

Las primeras perjudicadas por el modelo son las trabajadoras, que ven cómo sus convenios colectivos cambian de unos proveedores de salud a otros. La multiplicidad de actores y la filosofía empresarial de la eficiencia provocan un empeoramiento de las condiciones laborales de las profesionales. Muchas hablan ya de la peor situación vivida en la historia del Sistema Nacional de Salud.

Pero esto perjudica también a las usuarias, que reciben un servicio asistencial cada día más precario, marcado por desigualdades territoriales y clasistas. No debemos olvidar que los recortes posteriores a la crisis de 2008 fueron mucho más elevados en aquellos proveedores de salud que tenían titularidad y gestión pública, mientras eran aumentadas las partidas presupuestarias destinadas a financiar al sector privado. La precariedad en el sector público conlleva un flujo constante de pacientes a las mutuas del sector privado, que ve cómo sus beneficios crecen al mismo ritmo que las listas de espera de la pública.

La crisis, por tanto, no tiene que ver solamente con el sueldo de las profesionales, sino con un modelo público-privado perverso.

UN PLAN DE CHOQUE SANITARIO

No podemos normalizar ni la precarización ni el colapso del sistema sanitario. La pandemia no puede seguir sirviendo como excusa para no intervenir. Para pensar en un plan de choque que revierta la crisis actual un buen punto de partida es revisar las reivindicaciones de la Mesa Sindical de Sanidad de Catalunya de cara a la huelga actual.

Una mezcla inteligente de mejoras de las condiciones laborales y cuestionamiento de la gestión en base a un modelo neoliberal tales como conseguir una sanidad de titularidad, gestión y provisión cien por cien pública; establecer un único marco regulador de las relaciones laborales del sistema sanitario público, con una mesa de negociación única y equiparando las condiciones laborales de las trabajadoras independientemente de a qué proveedor de salud pertenezcan; crear ratios profesional/paciente que permitan una correcta asistencia y reduzcan las cargas de trabajo; destinar al menos un 25% del presupuesto de salud a la Atención Primaria, pilar fundamental del sistema; reducir la jornada laboral a 35 horas semanales y garantizar la posibilidad de no hacer guardias ni trabajar fines de semana a partir de los 50 años; devolver el 5% de sueldo recortado a todos los trabajadores del sector público en 2010 y resolver la grave problemática de falta de personal sanitario, garantizando la cobertura de las jubilaciones, vacantes, y la sustitución en caso de vacaciones o bajas.

La primera demanda es la más ambiciosa, ya que supondría un cambio radical del modelo actual. No es posible conseguir un sistema de titularidad y gestión pública sin enfrentarse cara a cara con el sector privado, que posee numerosos intereses en la mercantilización de la salud. Es importante recordar que las puertas giratorias entre los principales partidos políticos catalanes y las grandes empresas del sector son una constante a lo largo de la democracia. Por lo tanto, debemos ir un paso más allá, y poner la sanidad pública en manos de las  trabajadoras y de la ciudadanía, para evitar depender de los vaivenes de una clase política que se muestra o bien cómplice de las privatizaciones, o bien incapaz de blindar la sanidad pública.

La pregunta más importante sea quizá cómo generar un poder suficiente como para hacer cumplir estas demandas. Construir un sujeto plural con intereses comunes que vaya más allá del colectivo sanitario. La reacción de la ciudadanía y de la sociedad civil es fundamental para defender y conquistar derechos. Sólo mediante el apoyo popular y la autoorganización de las trabajadoras podremos evitar que los gurús de la privatización se salgan con la suya. Del éxito de estas movilizaciones dependerá si seguimos por el camino del desmantelamiento de los servicios públicos o apostamos por otro modelo, en el que la salud de las profesionales y de las pacientes sea lo primero.

Artículo publicado originalmente en El Salto



han comentado

Artículo Anterior Artículo Siguiente