En junio de 2016, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés) anunció que había bajado el nivel de riesgo de cáncer que conlleva para nosotros beber café. Era una muy buena noticia.
La cuestión venía de lejos. Concretamente de 1991, cuando la evaluación de los estudios entonces disponibles por parte de los expertos de la IARC llevó a clasificar el consumo de café como «posiblemente carcinógeno para los seres humanos».
Pero la ciencia se corrige y, 25 años después, tras un examen exhaustivo de más de mil estudios realizados en seres humanos y animales, la misma agencia concluyó que no había suficiente evidencia –conocimientos científicos o pruebas basadas en conocimientos científicos– sobre la carcinogenicidad del café. Y, por lo tanto, su consumo quedó clasificado en el grupo 3. Sólo hay un grupo más abajo, el grupo 4, para una exposición que «probablemente no causa cáncer».
Por encima del grupo 3 hay tres grupos: el 2B (sustancias o actividades «posiblemente cancerígenas para los humanos», que incluye el plomo), el 2A (sustancias o actividades «probablemente cancerígenas para los humanos», donde están la carne roja y la infección por malaria) y el 1 (sustancias o actividades «cancerígenas para los humanos», donde están el tabaco y el alcohol).
Con un interés encomiable –no exento de sinsabores–, buena parte de la sociedad, sus medios de comunicación y organizaciones sociales a menudo estamos lidiando con los resultados de las evaluaciones de la IARC y otras organizaciones reguladoras globales. Organizaciones cuya relativa influencia planetaria también vivimos durante la pandemia por covid-19.
CÓMO INTERPRETAR LAS EVALUACIONES
Antes de llevarnos a los labios una evaluación de la IARC o de otra institución científica conviene dejarla enfriar un minuto. Si delante tenemos un informe sobre la posible carcinogenicidad del café, de la carne roja o de cualquier otra exposición, se entiende que convenga calma. De hecho, pensar con calma es una práctica menos utilizada de lo deseable, pero muy útil, y a menudo al alcance de todos.
Pues bien, tras el minuto de reposo podemos sorber la evaluación poco a poco, apreciando sus matices. Esta vez, el primer sorbo es agradable, pues la agencia nos tranquiliza: ha bajado el nivel de riesgo de cáncer que conlleva beber café. Lo mejor de todo es que tranquiliza con fundamento científico.
Los expertos de la IARC son investigadores de primer nivel. Trabajan de forma sistemática, exhaustiva, rigurosa, independiente y transparente. Esta vez han analizado a fondo, con inteligencia humana, más de un millar de estudios, que se dice pronto. Aproximadamente la mitad de ellos se han llevado a cabo en laboratorios, y el resto en poblaciones humanas que viven y consumen cafés de todo tipo y en toda clase de circunstancias reales.
Hoy se promueve “analizar datos reales” como si se tratase de una nueva moda. Como cuento en Epidemiología cercana (Triacastela, 2022), los médicos, epidemiólogos y otros profesionales llevamos años estudiando personas y poblaciones reales que viven en condiciones reales. Que es distinto a estudiar personas voluntarias en condiciones experimentales, no habituales, como en los llamados ensayos clínicos de fase I de medicamentos y vacunas, por ejemplo.
Eso sí, como en un buen café oriental, en la evaluación de la IARC hay un poso de incertidumbre. ¡Vaya! La ciencia es lo que tiene. Lo mismo que la vida…
Durante la pandemia por covid-19 también hemos vivido incertidumbres y aprendido de ellas. Ello no implica que debamos estar cada día pendientes de todos los nuevos estudios: podemos esperar a las evaluaciones rigurosas que cada cierto tiempo aquilatan lo que se conoce. El trabajo de organismos globales como la IARC no es chicoria, es complejo y relevante.
EL SABER SABE BIEN
Sigamos sorbiendo ese café. También podemos apreciar que es bueno –que sabe bien– que los conocimientos científicos cambien. El saber sabe bien. Saber sabe bien.
En las últimas décadas hemos aprendido un montón de cosas. Por ejemplo, cómo hacer mejores investigaciones y estudios con mayor validez (con menos sesgos). A menudo superando errores, como aquellos en los que se incurrió asociando el café al cáncer de páncreas o al cáncer de vejiga urinaria. Errores cometidos hace años por excelentes investigadores. También hemos aprendido a integrar mejor conocimientos biológicos, clínicos y epidemiológicos.
Mientras tanto han mejorado muchos cultivos, tuestes y, por ende, los cafés que compramos, cómo los preparamos y consumimos. Podemos disfrutar de muchos cambios positivos.
Aunque casi nada es perfecto. Y nuestras actitudes ante los cambios sociales vienen influidas poderosamente por nuestra economía, cultura, historia y elecciones presentes.
NO TODO LO QUE NOS GUSTA DA CÁNCER: ¡BIEN!
No todo da cáncer: ¡bien! El café, tampoco. Podemos seguir consumiéndolo cada mañana.
La conciencia de los ricos efectos biológicos, clínicos y psicosociales del café, el té y otras bebidas que contienen metilxantinas se remonta a la antigüedad. A día de hoy, la cafeína es el agente psicoactivo más consumido. Se le ha apodado “la droga más popular del mundo”. Muchas plantas la contienen, pero también se sintetiza y añade a alimentos y bebidas. Prudencia ahí. Tiene diversos usos clínicos, por ejemplo como tratamiento de la apnea (falta o suspensión de la respiración) en neonatos prematuros, o junto con sustancias analgésicas en medicamentos para el dolor. Beber café no afecta prácticamente nunca la salud física de la gran mayoría de las personas sanas.
Luego está el sinfín de sustancias que contienen los centenares de cafés distintos que bebemos en la tierra. Sus incontables aromas, en atmósferas tan dispares, tan semejantes. Las no menos fascinantes seculares culturas del café en el mundo, y esos gestos comunes que al beberlo nos hermanan: dedos, tazas, aromas, labios, gargantas, sabores, terrazas… cafés del mundo. Cafés, y conversaciones, y afectos.
Saboreemos pues la buena noticia de la IARC, sorbo a sorbo, sin obsesionarnos, con perspectiva. En calma. Pensando también en los muchos trastornos cuyo riesgo tampoco aumentan con café. Aunque hay algunos que sí, pues a partir de cierta dosis puede potenciar el nerviosismo o la ansiedad; y, en algunas personas, provocar trastornos del sueño.
Podemos conocer cuánto café es razonable tomar sin sufrir efectos secundarios. Si le place, bébalo con moderación. Ya es mayor para saber cuántas tazas y a qué horas.
Disfrute del oficio de vivir y de ese arte o rito –tomar café–, a su manera.
Miquel Porta Serra, Catedrático, Institut Hospital del Mar d'Investigacions Mèdiques - IMIM
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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