No tengamos prisa en retirar la mascarilla en interiores. Veamos cómo evoluciona la transmisión y cómo evolucionan las hospitalizaciones. Especialmente tras la retirada del resto de medidas, incluyendo aforos, pruebas y aislamientos
Fuente: SINC
por Salvador Peiró
“Más pronto que tarde”. Es la frase más empleada por los representantes de
las diferentes administraciones sanitarias cuando se les pregunta por la
fecha de retirada de la obligatoriedad de mascarillas en interiores. Sin
embargo, pese a que tras dos años de pandemia hay ganas, evitan poner fechas
finales.
Hacen bien. En este tiempo también hemos aprendido a ser algo más prudentes.
Las mascarillas en interiores poseen un papel importante en la contención de
la transmisión y la situación actual mantiene todavía importantes
incertidumbres. En todo caso, es una medida relevante que requiere cierta
reflexión.
ASPECTOS CLAVE ANTES DE RETIRAR LAS MASCARILLAS EN INTERIORES
El riesgo de transmisión de la COVID-19 es mucho mayor en espacios
interiores que al aire libre. Es más, dicho riesgo no es homogéneo y varía
en función de factores como la renovación del aire (por ventilación natural
o mecánica), el aforo, las actividades que se realizan en ellos (mayor en
lugares donde se habla en voz alta o se canta) o el tiempo de permanencia en
esos entornos.
Las mascarillas tienen una efectividad extraordinaria para reducir la transmisión de la covid-19 en espacios interiores. Y esta efectividad es mayor cuánto mayor es su capacidad de filtro y mejor su ajuste
De la misma forma, el peligro es especialmente alto en algunos entornos
(centros colectivos en los que cohabitan numerosas personas) y más
preocupante cuando incluyen personas con mayor riesgo de desarrollar COVID-19 grave (residencias, centros sanitarios y sociosanitarios).
En espacios interiores con grandes aforos (locales de ocio y cultura,
restauración, culto, docentes, etc.) o donde cohabitan de forma estable
muchas personas (residencias, colegios mayores, prisiones, albergues,
centros de internamiento, etc.) existe el riesgo de supereventos de
contagio, capaces de cambiar de forma importante la dinámica de la
transmisión en un territorio, acelerándola y expandiéndola a otros
territorios.
Lo que sí sabemos es que las mascarillas tienen una efectividad extraordinaria para reducir la transmisión de la COVID-19 en espacios
interiores. Y que esta efectividad es mayor cuánto mayor es su capacidad de filtro y mejor su ajuste.
PROTECCIÓN FRENTE A LA INFECCIÓN
La transmisión y, sobre todo, el riesgo de desarrollar COVID-19 grave, se
reduce notablemente en las personas inmunizadas. Por vacunación,
infección natural o ambas (inmunidad híbrida). Esta protección es mayor
en las personas que han recibido una dosis de refuerzo.
Dicha protección frente al contagio, ya que contra el desarrollo de
enfermedad grave es mucho más duradera, se reduce con el tiempo. También
se reduce con algunas variantes (ómicron) que tienen cierta capacidad de
eludir la defensa ofrecida por las vacunas o por la infección con otras
variantes (otra vez, referido al contagio antes que al riesgo de COVID-19 grave).
Aunque todas las personas pueden desarrollar la forma más grave de la
infección, el riesgo es mucho mayor en algunos grupos (mayores,
inmunocomprometidos, con algunas comorbilidades concretas o no vacunados
que no se han infectado previamente).
Aunque diversos expertos opinan que las mascarillas pueden producir algunos problemas (especialmente problemas de aprendizaje e interacción social en los niños más pequeños), no hay estudios de calidad que evidencien una problemática sanitaria o social asociado a este usoSalvador Peiró
Si la transmisión en la población general es alta, es muy difícil
impedir que se permeabilice hasta los grupos o entornos vulnerables.
Ni en España, ni en los países de nuestro entorno, e incluso usando
medidas extremas de aislamiento, se ha podido evitar una elevada
mortalidad en residencias de personas mayores.
El uso obligatorio de mascarillas en interiores, sin duda incómodo,
no es una medida especialmente disruptiva sobre la economía. Menos
que los aforos u otras restricciones. Y, aunque diversos expertos
opinan que pueden producir algunos problemas (especialmente
problemas de aprendizaje e interacción social en los niños más
pequeños), no hay estudios de calidad que evidencien una
problemática sanitaria o social asociado a este uso.
LA SITUACIÓN ACTUAL EN ESPAÑA
Tras una 6ª ola extraordinaria por volumen de contagios y tras un
descenso relativamente rápido, la transmisión en España parece
estancada en torno a cifras de incidencia acumulada en 14 días
superiores a los 400 casos notificados por 100.000 habitantes. Son
cifras altas. Bastante altas. Además, con la actual estrategia de
“testado”, las cifras de casos reales serán muy superiores a las
notificadas.
Con la nueva estrategia de pruebas, la diferencia entre casos
notificados y reales aumentará aun más y, en la práctica, la
incidencia de casos va a perder su (ya limitada) utilidad como
indicador de referencia para la adopción (o desadopción) de
estrategias de abordaje de la covid-19.
La incidencia de nuevos casos (antes que el “porcentaje de
ocupación de camas”), de hospitalización y de ingreso en UCI
–con cierta distorsión por no diferenciar si se trata de
ingresos “por” o “con” COVID-19– son desde hace muchas semanas los
indicadores de referencia para informar las estrategias frente a
la enfermedad. También parecen estancados, aunque en cifras que
no deberían impedir la atención adecuada a los pacientes COVID-19 y
no-COVID-19.
Por otra parte, no disponemos de información sobre la adherencia
de la población al uso de la mascarilla en interiores (o al
cumplimiento de los aislamientos). Es probable que en algunos
entornos (escuelas, aeropuertos, transporte público) sea
elevada. Tan probable como que en otros entornos sea muy baja. Y
los anuncios de fin de medidas y fin de mascarillas, que tanto
se han repetido estas últimas semanas, no deben estar ayudando a
mantener la adherencia a su uso.
No disponemos de información sobre la adherencia de la población al uso de la mascarilla en interiores (o al cumplimiento de los aislamientos). Es probable que en algunos entornos sea elevada y en otros muy baja
Finalmente, contamos con una proporción muy alta de personas
con pauta completa y de personas con dosis de recuerdo. Estas
proporciones son particularmente altas en las personas de más
edad, que son las que mas casos graves producen.
Adicionalmente, debemos contar con una proporción enorme de
personas –vacunadas o no– que han pasado la infección durante
la 6ª ola. Los casos registrados aproximan el 25-30 % de la
población. Aunque es probable que los casos reales doblen
estas cifras.
Particularmente relevantes son las tasas de contagio en
adultos no vacunados. Este grupo de población, relativamente
pequeño, ha causado un volumen desproporcionado de casos
graves durante la sexta ola y, previsiblemente, en su mayor
parte contarán ya con alguna protección por haber pasado la
infección. Es poco probable que vuelvan a causar la mitad de
los ingresos COVID-19 en las UCI.
ENTONCES, ¿CUÁNDO QUITAMOS LA MASCARILLA EN INTERIORES?
En los escenarios más probables para las próximas semanas –sin
presencia de nuevas variantes disruptivas por una alta
capacidad de escape vacunal–, es esperable un cierto repunte
de la transmisión por la reducción real de medidas
restrictivas (aunque por el reajuste a la baja del testado los
datos oficiales digan lo contrario).
En los escenarios más probables para las próximas semanas –sin presencia de nuevas variantes disruptivas–, es esperable un cierto repunte de la transmisión por la reducción real de medidas restrictivas (aunque por el reajuste a la baja del testado los datos oficiales digan lo contrario)
Pero la población cuenta con una importante protección
contra la enfermedad grave y este repunte no debería
traducirse en un ascenso importante de casos graves. Esta
situación permitiría, al menos en teoría, suspender la
obligatoriedad del uso de mascarilla en espacios interiores
y, también, como ya se ha anunciado, aproximar el abordaje
de la COVID-19 al de otras infecciones de vías respiratorias
altas, en las pruebas o el aislamiento son inusuales.
Pero las cifras de transmisión son muy altas aún. Y muy
variables. Desde comunidades con incidencias de 900 por
100.000 a otras con 200 por 100.000. Desde comunidades en
claro ascenso de la incidencia a otras aún en descenso. Y
localmente estas variaciones son todavía mayores. Incluso
algunas localidades están en situación muy complicada. ¿Se
van a aplicar las mismas medidas en lugares con realidades
epidemiológicas extraordinariamente diferentes?
Y hay aspectos dudosos. ¿Cómo se va a operativizar la
monitorización de la transmisión cuando los nuevos –y
acertados– cambios en el sistema de vigilancia
epidemiológica se anuncian para el año que viene? ¿Qué
medidas se pueden adoptar para que los repuntes afecten lo
menos posible a las poblaciones más vulnerables? ¿Cómo se va
a realizar la comunicación social de lo que, en la práctica,
supone el trasvase de buena parte de la responsabilidad
sobre la transmisión a los comportamientos individuales?
Cuando la transmisión es alta es muy difícil evitar que
alcance a las residencias de mayores (que ahora cumplirán 6
meses desde las dosis de refuerzo) y a los grupos
vulnerables. Pese a que la proporción de casos de COVID-19 grave sea mucho menor ahora que antes de ómicron y de las
terceras dosis, tasas como las actuales seguirán dando
proporciones significativas de hospitalizaciones y
fallecimientos en estos grupos.
Todavía hay aspectos dudosos. ¿Cómo se va a operativizar la monitorización de la transmisión con los nuevos cambios en el sistema de vigilancia epidemiológica? ¿Qué medidas se pueden adoptar para que los repuntes afecten lo menos posible a las poblaciones más vulnerables?Salvador Peiró
En resumen, no tengamos prisa en retirar la mascarilla
en interiores. Veamos cómo evoluciona la transmisión y
cómo evolucionan las hospitalizaciones. Especialmente
tras la retirada del resto de medidas, incluyendo
aforos, pruebas y aislamientos. Implantemos nuevos
sistemas de monitorización de la transmisión (por
ejemplo, con muestreos periódicos) y continuemos
monitorizando las residencias. Avancemos, pero con
tranquilidad.
Si la transmisión baja algo más, podría empezarse con
los escolares. Quizás también en algunos entornos
(restauración) donde el uso de las mascarillas es menos
que testimonial. Puede que haya que dejar para el final
otras cosas (transporte de largo recorrido). O haya que
tomar medidas distintas en función de esos semáforos de
riesgo que usamos para tan pocas cosas. Antes que entrar
a poner o quitar medidas, lo razonable posiblemente sea
preparar un plan para una retirada progresiva, por
sectores, y siempre que se cumplan determinadas
condiciones.
Salvador Peiró es epidemiólogo e investigador en el Área
de Investigación en Servicios de Salud y
Farmacoepidemiología de la Fundación para el fomento de
la investigación sanitaria y biomédica de la Comunidad
Valenciana (FISABIO), València.
Este artículo fue publicado originalmente en SINC
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